The laundromat

Hemos estado varios días sin lavadora, y hasta hoy no nos la han arreglado. Así que hemos tenido que utilizar las lavanderías automáticas de la zona.

La de nuestra calle

Tenemos dos muy cerca, la de la calle donde vivimos es pequeña y vieja, regentada por un señor canoso de más de 120 kilos, al que nunca he visto levantarse de su rajada silla giratoria, y que amablemente te da cambios, en monedas de 25 centavos, para usar en sus antiguas lavadoras y secadoras. Enfrente hay un puesto de perritos calientes en el que hay siempre cola, y puerta con puerta de la lavandería hay una barbería, lugar de reunión de un montón de negros tatuados. El ambiente es especial, hay mucha camaradería y es divertido, puedes hablar con cualquiera de cosas sin importancia, sentarte en la calle a leer o ver pasar gente, cosas que hacen la media hora de lavado un instante.

La otra está en una calle paralela, es nueva, limpia y grande. Te regalan el detergente y no huele a ropa sucia. Pero es triste y cuando yo he ido no había apenas gente. El otro día, como me aburría y no tenía con quién hablar, me metí en un bar que hay al lado de la lavandería. Cinco personas mayores estaban sentadas en sillas altas bebiendo cerveza y cócteles, apoyadas en la barra,  escuchaban música jazz de fondo mientras la camarera, una señora de unos 60 años, bailaba y cantaba al otro lado . De repente, la señora empezó a sacar patatas fritas con alitas de pollo en unos platos de plástico encima de la barra, ¿y esto?, le digo, sírvete, me dice...Como si de tapas se tratara, allí me puse a comer unas alitas con mi Budweiser  (eran las seis de la tarde, eso es hora de cenar aquí). Me fui enseguida, mi ropa estaba a punto.